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Imagínese las altiplanicies aisladas del país de Neuchâtel,
cuyas cumbres están a más de 1000 metros de altitud. En
aquellos tiempos, los únicos medios de locomoción que unían
esta elevada región al resto del mundo eran las carretas tira-
das por caballos y caminar. El clima es riguroso en esta zona,
los inviernos, inclementes.
En este mundo, en el que se cazaban osos, lobos y jabalíes,
las condiciones de vida eran difíciles y los valores humanos
toman el relevo: la ayuda mutua y la generosidad con el pró-
jimo, permitieron a los primeros habitantes desarrollar sus
comunidades.
En aquella época, la ciudad de Le Locle formaba parte del
Principado de Neuchâtel, en posesión de los reyes prusianos
Federico I y Federico Guillermo II.
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reLoJería
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XVII
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XVIII
Mientras que la relojería en el siglo XVII era mayormente fran-
cesa, alemana e inglesa, a principios del siglo XVIII despuntó
rápidamente en Suiza. Justo tras su llegada a la ciudad de
Ginebra, en torno a 1700, las montañas de Neuchâtel fueron
las siguientes en dedicarse a esta nueva actividad.
El herrero Daniel Jean Richard (1665-1741) es reconocido
como el padre fundador de la relojería suiza. Fue él quien
introdujo este oficio en La Sagne y, a continuación, en Le Locle
a partir de 1705.
La relojería quedó así asentada, implantándose definitiva-
mente en la comarca. Ello permitió a los habitantes de las
montañas y a los campesinos vislumbrar unas mejores condi-
ciones de vida.
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IstorIa
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Los maestros relojeros contaban con treinta años de expe-
riencia en el momento de nacer, en Le Locle, Abraham-Louis
Perrelet el 9 de enero de 1729.
Su padre, Daniel Perrelet, era agricultor y carpintero. Durante
los largos inviernos en las montañas de Neuchâtel fabricaba
herramientas que, en algunos casos, iban destinadas a los
relojeros y eran extremadamente finas. Abraham-Louis, como
cualquier hijo necesitado de la época, realizaba varios traba-
jos: ayudaba a sus padres en las labores del campo y del taller.
Al ver que la relojería tomaba un cariz cada vez más impor-
tante en las montañas de Neuchâtel, abandonó sus modestas
ocupaciones a los veinte años para lanzarse de lleno a ese
nuevo artesanado fascinante.
La primera dificultad a la que tuvo que enfrentarse fue la falta
de herramientas apropiadas. Se dedicó entonces a subsa-
nar esta carencia perfeccionando determinadas herramientas
como la herramienta de plantar o la de redondear.
Inventó, desarrolló y puso en marcha una serie de nuevas
combinaciones que consiguieron mejorar el funcionamiento
de los medidores del tiempo.
De esta manera, fue el primero en Le Locle en fabricar relojes
con escape de cilindro, dúplex, con calendario y ecuación del
tiempo. A pesar de su corta edad, su reputación se acrecentó
y muchos fueron los que solicitaron sus expertos consejos.
ESP
AÑOL